jueves, mayo 04, 2006

Ojos de Espumita


A Raúl le gustaba mucho darse baños de tina y durante el verano lo hacía frecuentemente, llenaba la bañera de agua muy, muy caliente, casi tanto como para entrar a puros suspiros, hasta que su cuerpo se acostumbraba por completo a la nueva temperatura.
Tenía una cajita con sales de baño de color amarillo y otra de color celeste, entonces como si fuera un salero en una gran sopa, esparcía lentamente las sales que se disolvían rápidamente por el calor.

Dejaba la toalla azul doblada en la tapa de la taza del baño y comenzaba a meter un pie y mientras tiritaba, aguantando el calor llegaba hasta el piso de la bañera y comenzaba a equilibrarse para poder meter el otro pie, entre los escalofríos y los temblores. Finalmente y como una película antigua de cámara lenta, lograba dejar todo su cuerpo bajo el agua, cerraba la puerta de vidrio lentamente y solo con su cabeza fuera de la sopa humeante, comenzaba a respirar lentamente. Misión cumplida, ahora comenzaba una larga tarde de relajo.

Solo permanecía 10 minutos en esa quietud, quizás menos, entonces se acordaba que cerca del lugar donde ponía el jabón, estaba esperándolo una lancha de juguete, de color blanco con letras naranjas. Ponía el jabón en barra a modo de piloto de la nave y lo deslizaba por la superficie del agua, lo hundía, hacía olas en el pequeño mar y también notaba que el calor del agua lentamente iba descendiendo.

Pero esa tarde de otoño alguien había dejado un lava lozas de la cocina junto al jabón y la lancha, era un frasco de plástico pequeño, con el líquido de color verde tradicional. Vació completamente el interior del envase en el agua y comenzó a agitar las olas como si fuera un tsunami, dos minutos después de la agitación, la espuma cubría toda la superficie y su bañera se transformó en la fiesta de la espuma.
La lancha quedó en el mismo lugar y el jabón en barra también, la espuma le hacía arder los ojos y el agua lentamente comenzó a enfriarse.
En un abrir y cerrar de ojos, sacó el tapón y el agua paulatinamente fue desapareciendo y el quedó con el cuerpo completamente cubierto con espuma.
Fue en ese momento que entró su papá que lo había estado observando en silencio desde la puerta y le tomó algunas fotografías.
Ahí estaba Raúl, cubierto de la espumita blanca, con su sonrisa de niño travieso, con cara de felicidad por su travesura, la inocente cara del niño más feliz del mundo.

Raúl me mostró esas fotos 12 años después y me contó su historia, también me contó que seguía dándose baños de tina con agua caliente y por un segundo pude volver a ver sus ojos de niño travieso, los mismos de las fotos, pero esta vez en el cuerpo de un adulto que volvía a ser el niño màs feliz del mundo.

2 comentarios:

indemne dijo...

Oh, que bonita historia. El niño que hay dentro de cada sujeto. Me encantó.
Felicitaciones.
Saludos.

Anónimo dijo...

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